Cuando Sandro Chinkim regresó a su pueblo, su pueblo ya no existía. Chinkim —un padre de familia en sus 30— había salido un día antes de su comunidad, Nankints, a visitar a sus suegros que viven a apenas 100 kilómetros. “Cuando volví ya no había ninguna casa y toditas estaban enterradas. No había ninguna tabla”, dice. En Nankints —un minúsculo enclave de indígenas shuar en las estribaciones de la Cordillera del Cóndor, en el sur amazónico del Ecuador— vivían 32 personas. Pero cuando Chinkim volvió no había rastro de ellas, ni de sus casas. Había militares, policías, y restos de madera y zinc, quizás las únicas evidencias de que antes había allí una comunidad. Era el 13 de agosto de 2016.
Cuarenta y ocho horas antes, un piquete de policías, blandiendo una orden judicial, había desalojado a la comunidad: la tierra, les dijeron, era de propiedad de la compañía minera Explorcobres S.A. y ellos la estaban invadiendo. A diferencia de su hijo, los padres de Sandro Chinkim sí estaban en Nankints.
“Les dijeron que tenían dos minutos para recoger sus cosas y salir”, dice Chinkim. “Luego tumbaron las casas, las enterraron en un hueco que cubrieron con tierra”. Ese día, el jueves 11 de agosto de 2016, las ocho familias de Nankints se refugiaron en poblaciones vecinas como San Carlos de Limón, Santiago de Pananza y Tsuntsuim. Ese día, el jueves 11 de agosto de 2016, Nankints dejó de existir. Sus breves cuatro hectáreas se convirtieron, por la fuerza del desalojo, en el campamento minero La Esperanza.
Su gente nunca más pudo volver a su tierra.
Dos años y medio después, una mañana de febrero de 2019, en lo que fuera Nankints ya no hay restos de madera y zinc. Hay siete pequeñas casas con techos plateados, en medio de ordenados caminos de tierra, rodeados por una cerca metálica de dos metros de alto reforzada con amenazantes espirales de alambre de púas.
Dentro de una garita de cemento, un guardia de seguridad observa desconfiado al cuatro por cuatro que cascabelea y levanta el polvo mientras pasa lento afuera del campamento del proyecto Panantza-San Carlos, que Explorcobres S.A. quiere empezar a explotar en la rica cordillera, repleta de codiciado cobre, durante unos 25 años.
No ha podido hacerlo por la resistencia del pueblo shuar. El desalojo forzado que Sandro Chinkim no vivió, pero que lo dejó sin casa y sin pueblo, era solo el inicio de los cuatro meses que le siguieron a ese jueves 11 de agosto de 2016. En ese momento comenzaría la escalada violenta de un conflicto entre minera e indígenas, que dejaría muerte, persecución, acoso judicial y desplazamiento.