Martín Duarte estaba tan contento con su trabajo como guardaparque que decidió estudiar una carrera profesional para hacerlo mejor.
La misión de este técnico agropecuario bogotano de 36 años era cuidar el Parque Nacional Sierra de La Macarena, un oasis rocoso en medio de las tierras bajas donde inicia la Amazonia colombiana y que se desprende del Escudo guyanés. Aunque Caño Cristales -su ‘río de los siete colores’- es un icónico paisaje que adorna folletos turísticos y vallas de aeropuertos en todo el país, solo hasta ahora los colombianos están comenzando a llegar a esta remota serranía gracias a que la seguridad ha mejorado.
En 2008, sin embargo, La Macarena era aún el escenario de fuertes enfrentamientos entre militares, guerrillas y otros grupos criminales. De hecho, era el epicentro de una de las principales estrategias –la de ‘consolidación territorial’- con que el Gobierno colombiano logró invertir la correlación de fuerzas con las FARC, empujándolos luego hacia una negociación de paz.
En esa época, al igual que hoy, una de las principales funciones de los guardaparques era trabajar con las comunidades campesinas en los alrededores –e incluso dentro- de los parques. La pasión por esa parte de su trabajo motivó a Martín a estudiar psicología social comunitaria. Todas las semanas recorría en moto la hora que separaba su cabaña dentro del parque, en San Juan de Arama, de la Universidad Nacional a Distancia (UNAD) en el pueblo de Acacías, ambas en el departamento del Meta.
Tras ocho semestres, solo le faltaba uno para graduarse.
Duarte llevaba 13 años en el sistema de Parques Nacionales. Había comenzado en el parque nacional aledaño a Bogotá que protege el páramo de Sumapaz en lo alto de la cordillera. De ahí pasó al de Los Picachos, que salvaguarda los bosques de transición de los Andes hacia la selva. Finalmente, llegó a La Macarena tras separarse de su esposa y pedir el traslado para estar más cerca de su hija Stephanía.
Las circunstancias de la muerte de Martín aún son confusas. Lo que ha podido reconstruir su familia es que, al regresar a su cabaña tras trabajar con algunos campesinos de la zona, se topó con un grupo de hombres armados a quienes no conocía. Eran cuatro y llevaban a una mujer por la fuerza.
Después de eso, Martín estuvo dos días en Bogotá de permiso. Regresó temprano el viernes al parque, sin contarle a nadie la escena que había presenciado, seguramente consciente de que podía costarle la vida.
El sábado 2 de febrero de 2008, hacia las 8:30 de la noche, llamó a su tía Carmen Elena Triana, a quien visitaba con frecuencia en el cercano pueblo de Granada. “Elenita, estoy herido, vengan por mí”, le suplicó, su voz entrecortada y urgida. Aunque no se sabe con certeza, los indicios sugieren que desconocidos fueron a buscarlo y le dispararon en la espalda mientras trabajaba. Debieron quitarle el teléfono porque no volvió a contestar.
Cuando las autoridades llegaron a la cabaña, Martín ya había muerto. El diagnóstico médico fue shock hipovolémico, causado por la herida de bala en la médula, la pérdida grave de sangre y por no haber podido recibir atención médica.
“No le avisaron nunca. No le dieron oportunidad. Le dieron por la espalda un tiro”, dice Elsa Acero, su madre.
Un mes después, en un operativo liderado por el Gaula (una unidad antisecuestro de las Fuerzas Militares), fue rescatada Libia Camila Domínguez, una joven de 22 años por quien pedían un rescate de mil millones de pesos (US 300 mil dólares). Cuatro hombres fueron capturados, junto con un arsenal de guerra: un fusil AK-47, una subametralladora, dos granadas, dos escopetas y dos revólveres.
Los cuatro fueron condenados por el secuestro extorsivo agravado de Domínguez a penas de hasta 59 años: Carlos Adolfo Plazas Ramírez, alias ‘Parrilla’, comerciante. Elisein Pinto Pérez, alias ‘Pedro’, obrero de construcción. Uriel Beltrán Lozano, alias ‘Fredy’, comerciante. Y Gonzalo Chávez Vargas, alias ‘Andrés’, conductor. (Subir boletín de condena de Fiscalía)
El juicio por el homicidio de Martín resultó tan traumático para la familia Duarte que dejó de ir a las audiencias, dolida por los constantes aplazamientos por motivos procedimentales. Para ellos, el caso se veía sólido y claro: Libia Camila testificó -desde una cámara de Gesell cuyo ventanal oscuro impedía que la vieran sus captores- que, al día siguiente de haber escuchado un disparo en el bosque, uno de ellos le relató que habían tenido un problema con un ingeniero ambiental “bocón”. “Usted sabe que la están buscando y ese señor como que vio algo entonces pues le dispararon”, relató ella que le dijo uno de sus captores.
Aún así, el 28 de abril de 2014, seis años después del asesinato de Martín y pese a que la Fiscalía General de la Nación solicitó condenar a los cuatro sospechosos por su homicidio agravado, un juzgado de Bogotá los absolvió por falta de evidencia contundente. “No se puede concluir que existe una prueba directa, seria, que logre desvirtuar la presunción de inocencia de los aquí procesados”, determinó la juez Martha Cecilia Artunduaga.
“Tanto papel, pero ningún resultado”, dice el padre de Martín, José Venancio Duarte, sin amargura pero con un hondo pesar.